Las mujeres de mi vida

Hace unas horas, en el trabajo, he leído este titular en Muy Interesante: «La luna se aleja cada año y nadie lo nota». También, que el cosmos tiene memoria y que soñar despierto puede convertirse en un problema clínico. En ocasiones, me gusta entrar por si encuentro inspiración para desarrollar algún texto o concepto. Os sorprendería la de veces que he hallado poesía en el tejido del universo. Me imagino sentada en Saturno, mirando al espacio desde una silla de playa. Escribo con un lápiz rosa que caminar por el suelo fue una experiencia de cinco estrellas, y las luces de los semáforos rebotando en mis córneas, lo más parecido al firmamento a pie de calle. Escribo que el tiempo es un animal salvaje y la memoria un chicle, que tengo amor hasta aburrirme el domingo por la tarde y un miedo que, si lo vendiera a euro por gramo, sería millonaria. Me acuerdo de todas las veces en las que habré dicho «estoy bien» sin estarlo, tal y como hacen todas y cada una de las mujeres de mi vida. Familia, amigas, conocidas. ¿Qué estarán haciendo a estas horas? ¿Ver Pasapalabra? ¿Preparar la comida de mañana? ¿Tomar un vino y fingir que no hay nada que quieran cambiar?

Las mujeres de mi vida son increíbles y no se dan cuenta. Yo sé que todas pensaréis esto, pero es que las mías son tan difíciles de encontrar, tan intensas, tan fuertes. Se critican en escaparates y en probadores, se niegan a salir en las fotos, nunca se ven tan guapas como te ven a ti. Mueven planetas, cosen -y provocan- heridas, tienden las camisas por el cuello, meten la pata, discuten sobre series. Algunas necesitan gafas, otras manguitos. Ceden más que unos vaqueros elásticos, corren como Phoebe para no perder ningún tren -y para que no se les queme el arroz, faltaría más-, empujan carritos o sillas de ruedas, incluso proyectos; a veces, grandes esperanzas, duelos omitidos, enormes traumas. Las mujeres de mi vida sonríen cuando les preguntan -a veces, incluso les sorprende ser vistas-. Todo bien, sí. No me puedo quejar. Mientras haya salud y trabajo, pues tiraremos. Cruzan los dedos y fruncen el ceño dándole vueltas. ¿Pero cómo estás tú -tú eres importante, yo ya estoy vieja-?, removiendo las patatas, silenciando la televisión.

Ayer, una de ellas, me encendió una velita en Roma -a San Antonio- para que esté bien y me salga un buen chico. Alguien que me quiera sin guerras pendientes, ni alergia a las conversaciones. Uno que se levante con la primera alarma y me pregunte cómo estoy con el corazón. Esas mujeres, las mujeres de mi vida, te envían mensajes si localizan antes que tú la señal que has pedido al cielo. ¿Has visto, nena? Lagartija, aquí lo pone. Se desvelan de madrugada, lloran bajito para no despertar a nadie y rezan para que los pensamientos oscuros respeten las horas hasta el nuevo día. Algunas te dejan notitas con croissants de chocolate, otras te regalan piedras y ramitas de romero. Las que más te quieren, se ponen en un maldito segundo -y tercero, y cuarto- lugar. Cambian planes por nietos, hermanas, hijos, amigas. No importa. Lo primero es lo primero. Lo mío puede esperar. ¿Os suena? Y así siguen, haciendo como que nada les duele. Consumen antiinflamatorios, meditaciones guiadas, decenas de vídeos guardados de consejos de psicólogos. Sus búsquedas en Google o las tiradas del tarot interpretadas por ChatGPT, ni mirarlas. ¿Qué tendré? ¿Él me querrá? ¿Cómo ayudo a mi hija? ¿Qué hago con mi vida? ¿Y si empiezo de cero?

Hace unas horas, al salir del trabajo, le he comprado un ramo de lavanda a mi madre porque -por si no sé expresarlo con palabras- quiero que sienta el aroma de la tranquilidad que me ha brindado en todas mis preocupaciones.

A veces siento que me he pasado la vida pensando en los hombres de mi vida, cuando lo único que me construido, me ha ayudado y me ha salvado, han sido ellas.

Así que no sé, supongo que solo me queda dar las gracias.

Feliz noche a todas.


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