Pura ansiedad

No conozco otra forma de enamorarme. Aunque si os digo la verdad, ni siquiera puedo afirmar que se trate de amor, porque el amor debería producir otra sensación, ¿no? Eso me dicen. Quien te quiere no te marea. Quien te elige se queda a tu lado.

Pero yo, pese a mi juventud (ya no tanta), sé que la pasión es bastante más compleja que una frase hecha. No admite juicios ni instrucciones ni estrecheces.

Es insolente, infantil, decadente. Te convierte en un mueble de segunda mano, en un mapa de carencias, en una silla de mal sentar. Echa a perder años de terapia, te contradice y te entierra en vida. Te sube en brazos al autobús, mueve tus pies por compasión y, una vez en casa, te desgarra. Lo que no creíste que llorarías se derrama por penúltima vez. Porque siempre es por penúltima vez. Y no importa que tu amante sea un vestido nuevo que te compraste en rebajas o el mismo inútil del que te prendaste con veinte: el puñal se clava igual.

La ansiedad por desamor no entiende de personas, porque nace de las heridas. Tanto da uno arriba que otro abajo: el corte, la mordedura, la cicatriz que parece casi cerrada. La gran herida hecha de pequeñas heridas -invisibles para muchos, incurables para ti-, esa bandera manchada de sangre que intentas izar tras cada caída como si no importara. Lo que subyace bajo la piel, como una neumonía mal curada, es lo que escuece cada vez que los mensajes no llegan. Lo que arde con cada «no eres tú, soy yo» o al primer «con lo que tú vales, tía».

Annie lo llamó Pura pasión porque sonaba mejor que Pura autodestrucción.

Y, aun con esas, caería por penúltima vez.


Descubre más desde La chica de los jueves

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Comentarios

Deja un comentario